Tom se metió en cama sin añadir a sus enojos el de rezar, y Sid apuntó en su memoria esta emisión. A lo largo de la cena estaba tan inquieto y alborotado, que su tía se preguntaba «qué le pasaría a ese chaval». Padeció una aceptable reprimenda por el apedreamiento, y no le importó ni un comino. Trató de robar azúcar, y recibió un golpe en los nudillos.
Aún no habían pasado dos minutos en el momento en que ahora había olvidado sus cuitas y pesadumbres. Este nuevo interés era alguna imperceptible novedad en el arte de silbar, en el que acababa de adiestrarle un negro, y que ansiaba practicar a solas y tranquilo. Consistía en ciertas variaciones a estilo de trino de pájaro, una especie de líquido gorjeo que resultaba de realizar vibrar la lengua contra el paladar y que se intercalaba en la silbante melodía. seguramente el lector recuerda cómo se hace, si es que ha sido muchacho alguna vez. La app y la perseverancia próximamente le hicieron dar en el quid, y echó a caminar calle adelante con la boca rebosando armonías y el alma llena de regocijo. Sentía lo mismo que experimentaba el astrónomo al descubrir una nueva estrella.
Las Aventuras De Tom Sawyer
Adquirió el derecho por una rata fallecida con un bramante para hacerla girar, y de esta manera prosiguió y prosiguió hora tras hora. Y cuando avanzó la tarde, Tom, que por la mañana había sido un chico en la pobreza, nadaba materialmente en riquezas. Había, entretanto, pasado una tarde exquisita, en la holganza, con abundante y agradable compañía, y la cerca ¡tenía tres manos de cal! A no habérsele fatigado las existencias de lechada, habría hecho declararse en quiebra a todos y cada uno de los chicos del lugar. Tom apareció en la calle con un cubo de lechada y una brocha atada en la punta de una pértiga. Echó una observación a la cerca y la naturaleza perdió toda alegría, y una aplanadora tristeza descendió sobre su espíritu.
Cada vez que le dejo sin castigo me remuerde la conciencia, y toda vez que le pego se me parte el corazón. Pocos son los días del hombre nacido de mujer y llenos de tribulación, como dice la Escritura, y de esta forma lo creo. Esta tarde hará novillos y no voy a tener más remedio que hacerle trabajar mañana como castigo.
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Hierba y matorrales silvestres medraban por todo el recinto. Todas las sepulturas viejas estaban hundidas en tierra; tablones redondeados por un radical y roídos por la intemperie se levantaban hincados sobre las tumbas, torcidos y como buscando acompañamiento, sin hallarlo. «Consagrado a la memoria de Fulano de Tal» había sido pintado en cada uno de ellos bastante tiempo atrás, pero por el momento no se podía leer si bien hubiese habido luz para esto. Y entonces el monótono cri-cri de un grillo, que absolutamente nadie podría decir de dónde venía, comenzó a oírse.
No existe duda que en lo que se refiere a lo profundo, hondo y acendrado del placer, la ventaja se encontraba del lado del jóven, no del astrónomo. Llenaron nuevamente la jofaina y esta vez Tom se inclinó sobre ella, sin terminar de decidirse; reuniendo ánimos, hizo una profunda aspiración, y comenzó. En el momento en que entró a poco en la cocina, con los ojos cerrados, buscando a tientas la toalla, un honroso testimonio de agua y burbujas de jabón le corría por la cara y goteaba en el suelo.
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Se adelantó con nueve vales amarillos, nueve vales rojos y diez azules, y solicitó una Biblia. Thatcher se adelantó enseguida para mostrarse familiar con el grande hombre y excitar la envidia de la escuela. Música celestial hubiera sido para sus oídos escuchar los comentarios. Le cogió el libro para tomarle la lección, y él trató de llevar a cabo camino entre la niebla.
No sabes tú lo que le preocupa esta cerca; hay que hacerlo con la mar de cuidado; es posible que no haya un chaval entre mil, ni aun entre dos mil, que pueda encalarla de la forma que hay que hacerlo. El monte de Cardiff, del otro lado del pueblo, y alzándose por encima de él, estaba todo cubierto de verde vegetación y lo suficiente distanciado para parecer como una exquisita tierra prometida que invitaba al reposo y al ensueño. Otra pausa, y mucho más miradas, y mucho más vueltas alrededor. Ya en sitio seguro, sacó dos largas agujas que llevaba clavadas bajo la solapa. En una había enrollado hilo negro, y en la otra, blanco.
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Cosa dura es obligarle a trabajar todos los sábados, en el momento en que todos los rapaces tienen asueto; pero aborrece el trabajo mucho más que ninguna otra cosa; yo debo ser un tanto rígida con él, o seré la perdición de ese niño». Y en aquel instante exacto sintió el jóven que un torniquete retardado, insuperable, le apretaba la oreja y al propio tiempo lo alzaba en alto. Y en esa guisa fue llevado mediante la clase y depositado en su asiento, entre las risas y la befa de toda la escuela. El profesor permaneció cerniéndose sobre él, amenazador, a lo largo de unos instantes trágicos, y al cabo regresó a su trono, sin añadir palabra. Pero aunque a Tom le escocía la oreja, el corazón le rebosaba de gozo.
Llegó la mañana del sábado y el planeta estival apareció lumínico, fresco y rebosante de vida. En todos y cada corazón retumbaba un canto, y si el corazón era joven, la música subía hasta los labios. Todas y cada una de las caras parecían alegres, y los cuerpos, anhelosos de movimiento. Las acacias estaban en flor y su fragancia saturaba el aire. ¡Cuántas jugarretas como ésta no me habrá hecho, y aún le hago caso!